Corría el año 1983 cuando La Sirena abría su primera tienda en Barcelona. Apostaron por un modelo rompedor en aquella época: productos congelados. Fácil, práctico y hasta saludable. La idea parecía buena.
Con los años se expandieron como el hielo en una bebida caliente. Cataluña, zonas clave, locales en barrios de clase media... Todo pintaba bien. Pero no todas las historias tienen un final feliz. Porque una cosa es montar tiendas y otra muy distinta llenarlas de clientes.
El jefe de la orquesta
Hoy, el director general de La Sirena es Xavier Lafitte. Llegó hace poco, en 2022, y le tocó una patata caliente. Antes estaba Jorge Benlloch, que tampoco consiguió cambiar mucho la historia. ¿Qué hace Lafitte? Bueno, intenta mantener el barco a flote. Pero, ojo, porque detrás está José Elías, el verdadero dueño del circo.
Este señor no es un cualquiera: presidente de Audax Renovables, se metió en La Sirena en 2021, inyectando 15 millones de euros. ¿Por qué? Porque había que tapar agujeros y limpiar deudas. Eso suena más a salvar los muebles que a preparar un espectáculo.
La experiencia de cliente: un desastre con frío
Aquí está la clave. Si has pisado una tienda de La Sirena, sabes de lo que hablo. Bien situadas, en barrios de clase media, locales decentes… pero con un problema gordo. ¡HACE FRÍO!
Y no hablo del frío que necesitan los congeladores, no. Hablo de ese frío que te cala los huesos mientras decides si compras merluza o gambas. ¿Qué hace un cliente cuando pasa frío? Se larga. Y rápido.
Es de sentido común: si una tienda no es cómoda, el cliente no se queda. Y si no se queda, no compra. Puedes tener las mejores gambas congeladas del mundo, pero si tus clientes huyen, da igual.
Si esta empresa decidiera salir a bolsa mañana, ¿invertirías tu dinero? . Ni un céntimo. ¿Por qué? Porque todo apunta a que La Sirena tiene más problemas que soluciones.
Pocos clientes: Puedes poner tus tiendas en el mejor barrio del mundo, pero si nadie entra, no haces caja.
Mala experiencia de compra: El frío de las tiendas es un error de manual. Si incomodas al cliente, pierdes ventas. Y punto.
Competencia feroz: Mercadona, Bon Àrea y Ametller y hasta los supermercados de toda la vida tienen alternativas. No están solos en el mercado.
Entonces, ¿qué tenemos aquí? Una empresa que no entiende a sus clientes, que depende de inversores para sobrevivir y que, si sigue así, no tiene futuro como apuesta bursátil.
Por mucho que te gusten las gambas congeladas, esta no es una inversión. Es un iceberg.
Y tú ni yo queremos ser el Titanic.
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